Frente a la Alhambra

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Frente a la Alhambra

«La Sabika es una corona sobre la frente de Granada, en la que querrían incrustarse los astros. Y la Alhambra (-¡Dios vele por ella!) es un rubí en lo alto de esa corona». (Ibn Zamrak).

«Deslumbrado por el color y el brillar del cielo, me quedé extasiado… Perdí la conciencia del presente, sentí la sugestión del pasado morisco… un deleite mezclado de tristeza, adormecida en los jardines, el arrullo del agua, soñando en un paraíso lejano e inasequible…» (Nicolás María López).

La Alhambra de Granada es un eslabón, único y primoroso, de la rica herencia cultural de la Humanidad: la joya de la arquitectura y el arte hispano-musulmán de al-Andalus. Mundialmente conocida, es el conjunto monumental más visitado de España. Para su protección y conservación, fue declarado en 1.870, «Monumento Nacional», y en 1.984, la UNESCO declaró «Patrimonio de la Humanidad» al conjunto histórico-artístico formado por La Alhambra, el Albaycín y el Generalife. «La Alhambra pervive porque la ha defendido la más adhesiva fuerza que radica en los seres humanos. La ha conservado el amor…» (Emilio García Gómez).

El origen de La Alhambra lo encontramos en los albores de la dinastía nazarí granadina y en su primer sultán, Muhammad I al-Ahmar. Al-Ahmar entra en Granada, siendo reconocido como soberano, en Junio de 1.238, estableciendo su corte en la Alcazaba Qadima; pero al año siguiente decide trasladarla al cerro de la al-Sabika (una de las últimas avanzadillas de Sierra Nevada sobre la Vega granadina), situado en la margen izquierda del río Darro, al Este de la ciudad y frente al Albaycín:

«Inspeccionó aquellos lugares, eligió el sitio y trazó los cimientos del castillo; antes de que terminara el año, ya estaban levantadas altas construcciones defensivas a las que llevó el agua del río Darro, construyendo una acequia y elevando un azud».

Manuel Lafuente Alcántara, en su «Historia de Granada» (1.843-6), nos dice sobre el inicio de la construcción de La Alhambra:

«El cuidado preferente del rey era la construcción del palacio de la Alhambra: aunque había reedificado las torres Bermejas quiso elevar un monumento que transmitiese a la posteridad una prueba de su gusto y esplendor: bajo su dirección fabricáronse la torre de la Vela, los sólidos cubos que forman la fortaleza que se llama la Alcazaba y la amplió hasta la torre de Comares, cuyas labores, cifras e inscripciones dirigió él mismo, mezclándose modesto entre los alarifes y albañiles para darles instrucciones».

 

En su construcción se empleó piedra de Escúzar, de Sierra Elvira, de Loja, de Santa Pudia y mármol de Macael. Al-Ahmar, no vio finalizado su ansiado proyecto de construir la roja fortaleza real, y tras 35 años de largo y fructífero reinado, falleció en 1.273.

Su obra (un intento de expresar en la tierra el reflejo del paraíso de Alá) la continuarían sus descendientes; siendo Yusuf I (1.333-54) y Muhammad V (1.354-5) quienes realizaron las obras más importantes y emblemáticas. Ibn al-Jatib nos dice de La Alhambra, en la que él vivió:

«La ciudadela de la Alhambra, Corte Real, domina la población en la dirección del mediodía, coronándola con sus blancas almenas, sus altísimas torres, sus inexpugnables fortalezas y sus elevados alcázares, que deslumbran los ojos y asombran las inteligencias. El agua que sobra en ella y la que se desborda de sus estanques y albercas cae formando arroyuelos, cuyo rumor se oye desde lejos. Rodean la muralla de la ciudadela vastos jardines y espesos bosques del patrimonio particular del sultán, de forma que, detrás de esa verde barrera, las blancas almenas brillan como estrellas en medio de cielo oscuro. Ni una sola de sus zonas está desnuda de huertos, cármenes o jardines» .

Sobre la alta colina, como en una aparición má j ica, se elevaron altas torres rojas, protegiendo y albergando en su interior, toda una arquitectura, esbelta y elegante, delicada y quebradiza, de agua, yeso, aire, color y luz, que fueron moldeando La Alhambra nazarí. La fortaleza real de La Alhambra, asentada como un gran barco sobre el lomo del cerro de la al-Sabika, quedó formada por varias zonas diferenciadas: la Alcazaba (ciudadela militar asentada al Oeste, en el punto más elevado: lugar privilegiado para otear y controlar los contornos de la ciudad y de la propia fortaleza), los Palacios Reales (Cuartos del Mexuar, de Comares y de los Leones, situados en el centro del cerro y separados de la Alcazaba por la plaza de los Aljibes) y la Población ó Medina (situada al Este y donde se situaban las viviendas de funcionarios y artesanos). Todo este conjunto estaba rodeado y guarnecido por un lienzo de murallas, de unos 1.700 metros de longitud, y una treintena de torres y torreones.

Maestros artesanos nazaríes (albañiles, carpinteros, ceramistas, pintores, yeseros, jardineros,…) crearon un milagro del arte, y «uno de los pocos escenarios del mundo, en que se puede, sin esfuerzo, soñar» (Gregorio Marañón Posadillo): zócalos alicatados de colorida cerámica vidriada, finísima yesería de mocárabes tridimensionales, armaduras de peinacería con lazo, cúpulas ataujeradas, fuentes talladas en blancos bloques de mármol, caladas celosías y epigrafía (en letra cúfica o cursiva) con la divisa de los reyes nazaríes, «Solo Allah es vencedor», pasajes del Corán y versos de los poetas Ibn al-Yayyab, Ibn al-Jatib, Ibn Zamrak y Ibn Furkún. Su distribución, espacios y ornamentación, de una perfecta armonía proporcional, tienen su base en el rígido sistema geométrico del círculo, el cuadrado y el triángulo equilátero.

Tras 254 años, y en una muerte, largamente anunciada, el 2 de Enero de 1.492, Boabdil, el último rey nazarí de Granada, entregó las llaves de la ciudad palatina a los Reyes Católicos, poniendo un punto y final al reino nazarí granadino y al último fulgor del al-Andalus hispano-musulmán.

El emperador Carlos I reparó las murallas y diversas dependencias y ordenó la construcción del Palacio de su nombre, junto a los Palacios Nazaríes, como un monumento esplendoroso del Renacimiento español, obra que encomendó al arquitecto Pedro Machuca (la obra se comenzó en 1.527 y se eternizaría durante 4 siglos, hasta darse por finalizada en 1.957).

Nos despedimos de la Alhambra con unas palabras del escritor y diplomático norteamericano Washington Irving, tras su viaje a Granada en 1.829:

«El sol poniente derramaba un melancólico fulgor sobre las rubicundas torres de la Alhambra. Apenas si podía distinguir la ventana de la torre de Comares, donde me había entregado a tantos y tan deliciosos ensueños. Los numerosos bosquecillos y jardines que rodean la ciudad se hallaban ricamente dorados por el brillo del sol, y la purpúrea bruma de la noche estival se cernía sobre la Vega; todo era hermoso, pero igualmente tierno y triste a mi mirada de despedida. Me alejaré de este paisaje -pensé- antes que el sol se ponga. Me llevaré conmigo un recuerdo envuelto en toda su belleza».

Texto y recopilación de citas: ANTONIO GÓMEZ

 

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