Donde se curva el Río Darro

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Acaso la Carrera del Darro sea una de las más bellas calles urbanas del mundo, única y diferente a todas. El Río Darro es pequeño y de bajo caudal pero ha dado vida a una ciudad milenaria, ha unido con sus muchos puentes las dos colinas májicas de la ciudad, la de la Alhambra y la del Albayzín. Desde siempre han bebido de él sus palacios, casas y campos, y sus aguas se han llevado el dolor y las impurezas de una ciudad en permanente construcción y destrucción (como bien supo ver Juan Ramón Jiménez en su poema Reino de la polilla). Su curso y su música han sido el mejor compañero para todo ciudadano o visitante que se ha internado en el corazón de Granada, caminando hacia el Paseo de los Tristes y subiendo desde allí hacia el Albayzín y el Sacromonte por la cuesta del Chapiz, a los palacios de la Alhambra y el Generalife por la Cuesta de los Chinos, o a beber agua a las fuentes de Valparaíso, por el camino que Ángel.

Ganivet y sus amigos de la Cofradía de la Fuente del Avellano tantas veces harían, una senda que siempre ha sido vehículo de inspiración literaria y amor a la ciudad.

Este curso de agua ha creado y modelado la ciudad en el tiempo y ha sido razón vital para todas los oficios: agricultores, artesanos, poetas e incluso enardecidos buscadores de oro que, contagiados de la fiebre californiana de 1849 y de un resurgir general de la minería, se lanzaron delirantes a lavar las legendarias arenas del Río del Oro de Granada (el Dauro ) en 1850.

El Río Darro, que nace en las sierras al nordeste de la ciudad en la llamada fuente de la Teja, se hace urbano desde que otea en su margen izquierda los jardines del Generalife, en el término llamado Jesús del Valle, repartiendo enseguida sus beneficios a huertos y cármenes bajo la Abadía y arrabal del Sacromonte, y creando así el barrio de Valparaíso.

Finalmente, tras el puente del Aljibillo , el Río se pone guapo al paso por su Carrera en un tramo corto que empieza en el Paseo de los Tristes y acaba en Plaza Nueva; allí, tras el puente del Cadí , es obligado a ocultarse en un embovedado realizado en 1835 que aún hoy muchos granadinos, como ya lo hizo Ganivet, lamentan.

 

 

 

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