La Ruta de los Almorávides en bicicleta

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Cuando preparo esta crónica sobre un viaje que hice con amigos a finales de la primavera del año pasado, estoy en Holanda, en la región limítrofe de Limburg, cerca de Alemania y Bélgica, antiguo Flandes. Es una zona agrícola y ganadera de suaves lomas de pastos y cereal, coronadas por bosques de abetos «llorones», en la ribera del río Maas. He venido a visitar Maastricht, capital de la región. Hay una fiesta de carnaval y es domingo, lo que añadido a que estoy casi de vacaciones, acentúa mi sensación de paz. Durante la mañana estuve caminando por los alrededores boscosos de un pueblo llamado Mechelen junto a una entrañable familia de amigos. Seguíamos un trayecto señalizado exclusivamente para caminantes, de color azul (en la misma zona había otros: blanco, rojo y verde).

El manto verde de los campos, la ausencia de montañas en el horizonte, la extrema limpieza del lugar, el mimo con el que señalizan los caminos para deleite de vecinos y visitantes, y la cantidad de bicicletas que pueblan las aldeas, barrios residenciales y ahora, la ciudad de Maastricht- en Holanda cuentan no ya sólo con carriles bici que cubren todo el país sino con un sistema de tráfico protegido con semáforos específicos, cruces regulados, señales de todo tipo, aparcamientos especiales, etc-…todo ello contrasta en mi mente acostumbrada al paisaje rural y urbano de Andalucía, con la aridez que promete este verano, con el ocre de nuestras campiñas, con la saturación urbanística e industrial que ahoga nuestra vega granadina, y con el caos del tráfico urbano donde la existencia de carriles bici es tan escasa como su uso, y contrasta con la basura que no es difícil encontrar en nuestras carreteras, caminos y , últimamente, hasta en las calles de algunos pueblos aquejados de una larga huelga del sector. En una reciente encuesta, unos viajeros holandeses en bici preguntaban si tanta basura en nuestros pueblos era «typical spanish». Consuela algo poder echar la culpa de lo que no nos gusta a una imprevisible huelga de basura, a una sequía pertinaz o al hecho de que un paisaje tan plano como el holandés estimula mucho más el uso de la bicicleta.

Pero no se me entienda mal, no es crítica sino registro mental de contrastes en la apariencia, porque sé muy bien que en los fondos no salimos mal parados. Aún hay tanta belleza en nuestros campos, pueblos y ciudades! …Pero una nueva sociedad mediterránea, una civilización con tan denso y mágico legado, tiene que hacer honor a su historia y a su naturaleza aprendiendo a no vender sus bienes más preciados por un malentendido desarrollo. Bienes reales que alimentan el alma tanto como el cuerpo, como el paisaje que puede contemplarse, el arte que permanece por siglos, o el agua limpia de los arroyos que baja de las montañas. Estas cosas no están de oferta en el hipermercado ni pueden pagarse por mucho negocio que se haga recalificando suelos o explotando tópicos. El legado andalusí representa una iniciativa seria de sensibilización sobre el patrimonio cultural que ha permitido esta cierta naturaleza llamada Andalucía, una iniciativa real de desarrollo creativo y sostenible. Muchos pueblos en sus rutas, como esta de los Almorávides, dan un mensaje de belleza y autenticidad.
La protección amorosa que en este otro país parecen dar a todo lo que tiene vida es también un ejemplo a seguir, como lo son los logros de nuestra cultura milenaria. Mirar, pasear, soñar, hablar, crear…son valores que no se pueden mercantilizar, solo pueden ser protegidos o destruidos, promovidos o empobrecidos. Y todo lo que hacemos les afecta.

Crónica de un viaje en bici por la Ruta de los Almorávides.

En el año de 1085, los Almorávides (monjes guerreros del norte de África) cruzaron el estrecho para ayudar al rey sevillano Al Mutamid en la defensa de al-Andalus ante el avance cristiano. La que se ha dado en llamar Ruta de los Almorávides fue y sigue siendo, probablemente, uno de los itinerarios más románticos de Europa. Eso dicen algunos de nuestros viajeros ingleses, holandeses, etc. que la han hecho sin prisa y sin coche, y eso dice el que suscribe. Transitar por estas montañas rosaplateadas, estos pueblos blancos, estas ciudades antiguas, estos campos multicolores…sigue siendo un grabado romántico del siglo XIX, y unos acordes de guitarra en la noche anunciando la proximidad del verano…Volvemos en tren, hacemos de un tirón el viaje entre Algeciras y Granada, uno de esos trayectos que deberían ser protegidos por quien fuera, por ser en tren, por ser la naturaleza tan bella y variada a su paso, y por unir alquerías y ciudades blancas andalusíes como las que jalonan el valle del río Guadiaro entre la hermosa ciudad de Ronda y la industriosa Algeciras. Somos un grupo de modestos pero intrépidos aventureros en bicicleta. Venimos charlando plácidamente, hay sitios libres y podemos estirar las piernas apoyándolas sobre el asiento de enfrente.

– Otra vez tenemos que entrar a Jimena, es una pena pasar de largo; y tenemos que buscar otra alternativa para el tramo entre Castellar antiguo y Algeciras; aquella carretera en desuso es llana y agradable pero es ya casi una selva por la invasión de adelfas, palmitos y zarzas…claro que mucho peor es el traficazo de la comarcal-, comenta alguien…Siempre hay sugerencias para mejorar un viaje, como que todos hubiéramos pasado otro día extasiados con el paisaje de las playas de Tarifa, admirando el horizonte africano si reina el suave poniente o buscando un lugar protegido, si toca turno al levante, para contemplar cómo se aborrega el mar y se forma el espectáculo multicolor de alas de surf sobre el azul; o, simplemente, volviendo una noche más a la catedral del cerdo ibérico que regenta un tal Juan Luís, en una de esas calles moras y de aspecto colonial que tiene tarifa. Pero esto resulta de un viaje en el que las emociones nos dejan en esa forma una cierta adicción a lo vivido. Está bien quedarse con algo de apetito, está bien querer volver. Hace una semana que salimos para hacer esta ruta, que también podría llamarse de revista a los límites del reino nazarí, porque coincide bastante con las montañas que junto a la política y otras razones mantuvieron entre 1231 y 1492 una riqueza cultural y artística única en el mundo. Por otro lado, siendo granadinos, salir desde Granada para buscar los límites de la tierra en el océano, era lo lógico, o lo romántico.

Así es que desde Granada, volviendo un instante la vista al Albayzin y la Alhambra, hemos buscado Montevive en el horizonte, pasado el pueblo de Gabia Grande y el puerto de la Malahá para introducirnos en las tierras de calma del Temple, al suroeste de la ciudad. Pasamos frente a Escúzar y atravesamos ventas de Huelma para tomar en la cortijada de Ochíchar el trazado de la vieja carretera de Málaga. El río Cacín y el puerto del mismo nombre nos conducen a la ciudad del romance, haciendo entrada por el puente romano que antecede al camino de los baños, lugar este al que nos encamina nuestro cansancio. Disfrutamos y compartimos el llamado Baño de la reina, espléndida piscina termal de factura romana bajo bóveda semiesférica de piedra, que se encuentra dentro del propio Balneario de Alhama.. Limpios, relajados y seguramente purificados con las propiedades de esta agua a 40 grados, encontramos la ciudad perdida y llorada sobre su tajo, y al borde del tajo, una casa que le llaman La Seguiriya. Nos esperan Paco, buen aficionado al cante, y Lola, buena cocinera de las tierras marineras hacia donde nos dirigimos. Dejar que Paco te cuente la actualidad de su pueblo o te recomiende un vino de Chiclana, y asomarte desde el muro de piedra del jardín al espacio vertical del cañón del río Alhama, es todo un privilegio. Allí están los viejos molinos harineros en ruinas, allí los altos olmos, allí el juego de luces distinto de cada estación.

Aún nos estamos relamiendo de la cena cuando ya transitamos el camino de los tajos, cuando sin prisa pero sin pausa y al compás de breves comentarios y chascarrillos, ya hemos pasado los Caños de la Alcaicería, y estamos atravesando el fértil rojizo llano de Zafarraya. Escoltados entre las sierras habitadas de pino, encina y roble de la Almijara (al sur) y las más desnudas y rocosas de Loja (al norte), repasamos en sucesión las huertas de tomates, habichuelas, alcachofas…Entramos en la cafetería de la vieja estación del tren de cremallera de la Axarquía, en Ventas de Zafarraya. El tren, que circuló entre 1922 y 1959, transportaba mercancía y pasajeros entre esta estación y Vélez Málaga, salvando un desnivel de casi 1000 metros. Ante nosotros: techos altos, viejos artilugios, dibujos de las máquinas y planos del tendido ferroviario sobre las paredes, una estufa enorme…sabor a otro tiempo. Antes de irnos, visitamos su museo particular repleto de herramientas del campo y arreos para los animales, y nos pican simbólicamente un auténtico pasaje de aquella época. Lo que no entendemos es por qué también en estas tierras de labor empieza a imponerse la Andalucía de nave y plástico, del pan para hoy ya veremos mañana. Como si las fértiles arcillas de de descalcificación de los macizos cársticos de Loja y almijara, el agua pura de la misma procedencia, el microclima marino que se cuela por el Boquete de Zafarraya…todo lo que ha permitido durante siglos producir algunas de las mejores hortalizas tempranas de Europa (la calidad), no fuera suficiente para sostener la belleza de este valle entre sierras, no pudiera competir con la productividad de insulsas verduras de invernadero (la cantidad).

Cruzamos el mágico «boquete», capricho de la naturaleza que rompe la barrera entre Almijara y las Sierras de Alhama y Caramolos, para desvelarnos casi de pronto la Axarquía, un gran balcón sobre el Mediterráneo. La Axarquía, que significa «al oriente», es una región enmarcada por montañas, las citadas y los Montes de Málaga que lo cierran al Oeste, donde se suceden pequeños valles que dan vida a treinta y un pueblos descendiendo hasta el mar…Pedaleamos plácidamente en esta etapa corta por lo que fue aquella vía férrea hasta Periana; ojalá se proteja como vía verde pronto. Un poco antes del pueblo, en un saliente de este terreno montañoso, hacemos noche. El lugar, un mirador excelente al mar y gran parte de la Axarquía, se llama Villa Cantueso. Aquí degustamos y descubrimos en buen pan de tostada, otra variedad de oliva virgen andaluz, el verdial, transparente y finamente afrutado. Olivares y huertos (granados, higueras, cerezos…) conviviendo en buena armonía, nos han dulcificado las empinadas subidas y bajadas hasta Ríogordo y desde allí seguimos por la antigua carretera a El Colmenar. Nos paramos un momento para contemplar en la lejanía el estandarte y castillo de toda la región morisca de la Axarquía que es Comares. La vista es seductora, habría que ir, pero queda mucho camino por delante. Pronto estamos en las cercanías de Villanueva de Cauche, en un punto principal del sendero GR7 Tarifa- Atenas junto a un pilar medieval de muchas pozas realizadas sobre piedra maciza e interconectadas al modo de un reloj de agua. El lugar, por la pureza y caudal de su agua, y por estar junto a la autovía Granada- Málaga (muchos coches paran cada día a llenar garrafas), merecería estar ajardinado como área de recreo.

Antequera, final de la etapa, está muy cerca pero por carretera hay que dar un rodeo de unos 12 kilómetros pasando por Villanueva de la Concepción y sufrir una larga cuesta hasta el Torcal. Por suerte, conocemos un atajo que nos dejará, tras una corta subida por camino agrícola, en la ladera norte del Torcal, a unos 900 metros de altitud. Desde aquí la gravedad y la belleza del paisaje nos entrarán dulcemente a la milenaria ciudad de Antigua (Antequera) por su puerta de Málaga.

Hay mucho que ver, sentir y pasear en Antequera, como disfrutar del Torcal, la gastronomía, los grandes dólmenes… en suma, toda esta ciudad plagada de iglesias y conventos (estos últimos merecen una ruta de degustación de su excelente repostería). Pero para ello, salgo que tengas tiempo sobrado, tienes que elegir entre quedarte un día más y ganar tiempo haciendo el trayecto hasta Ronda en tren, o contentarse con lo que te de el mismo día de llegada. Esto último hicimos y, a cambio, disfrutamos del camino hasta la aldea de El Chorro. Primero el paisaje ondulado y cubierto de trigales, salpicado a veces de grandes encina, por donde discurríamos hasta el Valle de Abdalajís; luego, pegados a los farallones de roca caliza (de donde se cuelgan muchos aficionados a la escalada) digeríamos empinados senderos para coronar el Puerto de Flandes (curioso nombre para este otero privilegiado), y hacer entrada en la aldea minera de El Chorro, absortos ante el espectáculo de la increíble garganta con que el río Guadalhorce separa la Sierra de la Pizarra de la de Huma: el Desfiladero de los Gaitanes. Por cierto, a El Corro llega todavía varias veces al día un tren desde Antequera y Málaga.

Hacemos una incursión en las cercanas ruinas de la fortaleza y ermita de Bobastro para admirarnos de este arte casi mágico en la piedra y de aquella historia del valeroso Ibn Hafsun. Hafsun, que nació cerca de Ronda en el siglo IX, descendiente de viejos cristianos convertidos al islamismo (muladíes), tras un exilio en el Rif, decidió volver a su patria como rebelde y consiguió dominar durante toda su vida estos territorios para azote de los grandes califas. Ahora estamos de vuelta, también nos hubiera gustado quedarnos un par de días en la milenaria Ronda. Admirar su diseño urbano, sus baños árabes (probablemente los mejor conservados de Andalucía), su plaza de toros (entre las más antiguas de España)…nos supo a poco, La ciudad meriní sigue siendo un grabado romántico de Doré o de Roberts, sigue siendo un poema de Rilke.

A Ronda llegamos por la carretera local que pasa por la aldea del Burgo y el puerto del Viento, todo un reto para la bicicleta. Y de ronda salimos por su barrio viejo descendiendo, luego, hasta los pies de su Puente Nuevo. Desde allí, tras un tramo de camino ancho, un estrecho sendero sombreado por encinas y alcornoques a orillas del río Guadiaro, sobre la que fue cañada real de Gibraltar, nos va llevando en continuo goce de paisaje y trazado, hasta llegar a la estación de Jimena de Líbar (el pueblo queda más arriba). La cañada real de Gibraltar continúa pero tras seguirla un buen trecho y encontrarla cegada y perdida más adelante, decidimos acortar tiempo y esfuerzo tomando la carretera hasta Cortes de la frontera, lugar donde hemos parado a tomar algo. Las fuerzas son ya escasas. El grupo se divide; los más fuertes no quieren perderse la Reserva natural de Cortes a pesar de que aquí la geología impone un rodeo para llegar al Colmenar, segundo pueblo con este nombre en la ruta y lugar donde nos reuniremos; nos relatarán luego la belleza de un tupido y extenso bosque de alcornoques llenando de tonos anaranjados y rojizos la tarde, y de la imagen vendrá la reflexión sobre cómo un oficio tan antiguo como el del corcho es todo un ejemplo de economía sostenible. Los demás, que habíamos bajado a la estación de Cortes y tomado allí el tren de la tarde, agradecemos el relato tanto como el descanso en tren hasta la estación de Jimena de la Frontera. A todos, ahora igualados en energía, nos resta un trayecto llano y el corto pero duro ascenso al antiguo Castellar de la Frontera, fortaleza elevada entre cuyas murallas pasaremos la noche. La vieja carretera, hoy camino pedregoso, aún aparece en los mapas pero hay que buscarla porque no hay señal alguna.

«Os perdisteis una graciosa velada flamenca que en un rato fue capaz de organizarnos el responsable de la peña de castellar, quien además nos dedicó una poesía de viaje…»-. Así tratábamos algunos de dar envidia a los que no la sentían por no asistir a aquella fiesta, pero que seguían deleitándose por el descenso por una bien conservada calzada romana con que iniciamos la última etapa hasta Tarifa.

El recuerdo de la playa de Guadalmesí a los pies de la Sierra del Cabrito (tramo de monte y bosque con que el Parque Natural de los Alcornocales se derrama en el Estrecho entre Algeciras y Tarifa), mientras escribo, queda como perla final de la geografía de aquel viaje. Allí se llega tras tomar cerca de la playa de Getares en Algeciras, un camino militar que aparentemente transgredimos, y que más adelante se convierte en carril de tierra, donde los palmitos hacen de setos irregulares, nos contemplan intermitentes grupos de vacas marrones pastando entre los acebuches y desafina el viento entre las aspas de los modernos gigantes. Ascenso, ladera, contemplación de África y descenso hasta tener el mar y el océano en tus pies. Guadalmesí. Aquella playa de aquel día, solada de piedras redondas que devolvían la luz en mil colores, aquella playa solitaria que nos daba tanta compañía, aún sigue en el alma…y una sutil vereda al borde del mar sembrada de violetas. -¿Seguirá aquel panadero, en el arrabal de tarifa que da a levante, amasando a mano aquel pan «macho» espectacular, los días impares…?-. Se me olvidó preguntar.

Artículo extraido de la revista trimestral «El legado andalusí, una nueva sociedad mediterránea» número 22 de otoño 2005 (pág. 74-79). Texto y fotos de Raúl Lozano, director de la empresa «Otros caminos». 

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